La máquina del tiempo
Tania Tovar


Durante siglos, la cartografía ha permitido representar nuestro contexto cambiante. A medida que la tecnología ha evolucionado, también lo han hecho las capacidades cartográficas. Desde la traza de nuestra ciudad, la delimitación de un país, o la relación del planeta en el universo, la confluencia entre la práctica, la ciencia y el arte han guiado los principios y las normas que subyacen en los mapas y su elaboración. Con superposiciones entre la geografía, las ciencias de la tierra, la topología y la política, el ejercicio cartográfico es uno interseccional que nos ayuda a comprender nuestro lugar en el mundo. Sin embargo, al ocuparse de las representaciones, no podemos separar las intenciones de aquél que lo produce y el propósito de cada mapa, que reflejan una perspectiva que no es necesariamente fiel a la realidad, pero la fidelidad perfecta no siempre es el objetivo.

El viaje en la obra de Pável Mora es uno que se desarrolla en el tiempo, una suerte de ciencia ficción en donde los personajes exploran el pasado o el futuro y donde utilizan algún tipo de dispositivo –en este caso se trata de sus planos– para viajar en el tiempo. Es quizá la contradicción entre la naturaleza unidireccional y perpetua del tiempo con sus cartografías atemporales que hacen de este ejercicio científico-artístico, un viaje fascinante. Pável dibuja desde un tiempo indeterminado, un presente en cambio continuo y que de mano de las tecnologías y su evolución, le permiten adoptar el rol de un agrimensor de lo fantástico, constituyendo su obra como un viaje en el tiempo, el espacio y su representación.

La extensión y el ejercicio completo de su obra se nos revela únicamente a través de su recorrido, que nos lleva desde la era de las exploraciones en el siglo XIV, impulsada por inventos como el telescopio, la brújula y el sextante, que buscaban capturar la curvatura de la superficie terrestre en una línea recta; la introducción de la cartografía topográfica y militar del siglo XIX a través de redes de triangulación; hasta la aparición de la fotografía aérea y sus rutas aeronáuticas como herramienta de planificación urbana del siglo XX. La tecnología se vuelve el medio para observar el mundo y sus transformaciones, así como un punto de partida para especular sobre sus posibilidades.

En el último tramo de viaje en su obra, se nos introduce al mundo moderno y sus crecimientos poblacionales, urbanos y la pulsión por planificarlos. Donde el término planificar se vuelve fundamental en sus experimentos representacionales. Entramos a un terreno en el que el desarrollo de técnicas y tecnologías de medición no sólo buscan representar la condición actual, sino que al hacerlo, se permiten especular sobre el futuro y establecer planes para su crecimiento y desarrollo. Ahí aparecen “una multitud de aplicaciones de la fotografía aérea… que efectúa una verdadera revolución en los métodos topográficos y en los usos de éstos, y con tanta mayor razón cuanto que los resultados obtenidos son muy precisos, pues en un trabajo cuidadoso el error no es mayor a 1% y la rapidez es incomparablemente mayor con la fotografía aérea que con los procedimientos de antaño”. Con mapas delimitando rutas aéreas desde la tierra y cámaras documentando las líneas desde el cielo, la fotografía aérea se convierte en la herramienta de planeación moderna por excelencia, permitiendo ver las ciudades y su crecimiento como nunca antes.

En el vuelo de esta serie, se utiliza el impulso por la transformación del siglo XX, adoptando su visión urbana para elaborar y especular. “Deseamos cambiar algo en el mundo actual, pues la vista aérea nos permite contemplar nuestras ciudades y los campos que las rodean, y lo que vemos no es bueno” expresaba Le Corbusier en su canónico libro Aircraft. Sin embargo, las razones para cambiar el mundo son aquí distintas, se trata de un ejercicio que al igual que el gato de Schrodinger, busca confrontarnos con una condición en la que la realidad se manifiesta a través de infinitas posibilidades. Podríamos entender cada pieza en este recorrido, como un camino posible.

“La fotografía, además de interpretarla, también captura la realidad. La función ilustrativa de la fotografía deja intactas las opiniones, los prejuicios, las fantasías y la desinformación” escribió Susan Sontag. La fotografía revela capas y fragmentos de nuestra memoria colectiva y esta serie juega con esa tensión entre la ciencia y la fantasía, la objetividad y la subjetividad. Utiliza las herramientas propias de un siglo en donde  “el avión es una acusación, una que acusa a la ciudad y a quienes la controlan” entendiendo a la fotografía aérea como aquella que denunciaba al capturar la evolución en la Tierra y que pregonaba el excelente dominio de la técnica, el meticuloso estudio de las composiciones, el entendimiento del medio y el soporte utilizado, y lo cuestiona, estableciendo intencionalmente una permanente duda sobre la proveniencia de la imágen presentada.

La representación detallada y extensiva de la realidad que se nos presenta, conjuga distintos tiempos a través de una imágen construida de lo que pudo haber sido, más aún, de lo que podría ser. Al igual que la utopía moderna documenta y dibuja una imagen de ciudades que posiblemente no deberían pero podrían existir. Se trata de una imágen del pasado que nos remite al futuro, que evoca nostalgia e ilusión simultáneamente, que es intuitiva y técnica. Ambigua en su precisión, construye memoria a través de la ficción en un universo donde nada tiene sentido pero todo cuadra. Es esta contradicción la que provoca la fascinación de nuestro tiempo. Pável Mora nos recuerda lo fútil de una cartografía exacta en una realidad cuyas líneas se difuminan cada vez más entre medios y metaversos, y presenta  las islas de este archipiélago urbano como artefactos que entre vuelos, mapas y ficciones nos convierten por un momento en viajeros de su máquina del tiempo.